Antonio del Castillo-Pastorcilla

DE 101
Pastorcilla
Antonio del Castillo
Pluma y aguada parda
22,3 x 13 cm
Verjurado
Firmado. No debe confundirse con el motivo, del siglo XVIII, de la "Divina Pastora". La presente obra es anterior
XVII

Antonio del Castillo y Saavedra (1616-1668) pertenece a la Escuela de Pintura Española del Siglo XVII. Su pintura es el mayor exponente del Barroco español. Natural de Córdoba, destaca como paisajista y su dibujo es de los más importantes del Siglo de Oro español.

Hijo del pintor Agustín del Castillo, de quien apenas nada se conoce pero al que Palomino llama «pintor excelente» y de ilustre familia. Así se formó inicialmente en el taller paterno. Pero quedó huérfano a los quince años y se presentó ante un magistrado en Córdoba pidiendo un tutor.  Más tarde trabajo con el pintor de imaginería Ignacio Aedo Calderón. Por eso, Castillo le serviría en todo lo posible a cambio de recibir la formación y el cuidado del maestro.

Más tarde viajó a Sevilla para estudiar con el también cordobés José de Sarabia, «y lo consiguieron en la escuela del insigne Francisco de Zurbarán». No obstante, la relación con el pintor carece de documentos aunque puede sostenerse por razones de afinidad estilística.

A la vuelta de Sevilla, el 28 de junio de 1635 contrajo matrimonio con su primera esposa, Catalina de la Nava. Al parecer se casó por la necesidad económica de ayudar a su madre y hermanos pequeños.

Ya en 1638 se le menciona como pintor de imaginería en el primer documento que se refiere a él como maestro pintor. Por tanto realizó la pintura de una imagen de San José esculpida por Bernabé Gómez del Río para la iglesia parroquial de Montoro. En 1642 subcontrató con el pintor Diego de Borja un lienzo de San Pedro Nolasco. También cuatro pinturas pequeñas que representaban a San Pedro Armengol, San Serapio, Santa María del Socorro y Santa Colaxia. Estas pinturas eran para el altar mayor del convento de Nuestra Señora de las Mercedes Extramuros. Aun así, la mayor parte de sus ingresos en esta primera etapa provenían de las ventas en la tienda que había sido de su padre.

Más tarde, en 1645, el canónigo Lupercio González le encargó El martirio de San Pelayo para su capilla privada en el trascoro de la catedral cordobesa. También le siguieron algunos trabajos para la capilla de Nuestra Señora del Rosario junto a la capilla del Inca Garcilaso. Esta capilla había sido dorada por su padre algunos años antes.

Tras su segunda boda, se iniciaba así una de las etapas más prosperas para el artista, en la que aumentaron los encargos. Así pintó Calvario de la Inquisición que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Córdoba. Esta pintura estaba destinada para presidir el salón del tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba. Y acompañar dos obras suyas también como eran los retratos de San Pedro Mártir y Pedro de Arbués.

También se le encargó el mural de La Virgen, San Felipe y Santiago el Menor. Así como las pinturas murales para la Puerta del Perdón. También es autor de la Coronación de la Virgen, para la iglesia del Hospital de Jesús Nazareno. Y del mismo modo, el San Rafael para José de Valdecañas y Herrera.

Los últimos años de su vida están algo peor documentados debido a la falta de documentación escrita y producción artística. Durante su última etapa viajó a Sevilla a la que no había vuelto desde los años de estudio. Y allí descubrió la pintura de Murillo. Al parecer exclamó: «¡Ya murió Castillo!» al observar la belleza de los colores de Murillo. Pero aprendió como se ve en sus últimas obras como el San Francisco de medio cuerpo que pintó para el mercader Lorenzo Mateo.

Bueno
Colección privada de D. José Valverde Madrid, experto en la obra del autor